''Mente profunda'' de Samantha Niño Pardo
El mar que se encuentra a mis pies acaricia mis tobillos de forma constante, la luz a través del agua logra crear una ilusión de espejos cristalinos en donde burbujas juguetean con la corriente, estas se crean y explotan cada segundo, como nosotros. El mar está vivo y cada oleaje es una respiración de este. Escucho que susurra mi nombre, sin embargo, comienzo a caminar en la dirección contraria al recordar las alucinaciones que me provoca no tomar las píldoras que evitan que me pierda en mí mismo.
—¿Te sientes mejor?— aquella pregunta logró sacarme del trance.
—El océano susurró mi nombre.— le comenté a la mujer que se encontraba desempacando ropa de una maleta roja.
—¿Otra vez con eso?... nadie te llama Rafael, es tu mente que inventa esas cosas, ya deberías saberlo. — me respondió mientras me miraba a los ojos.
—Tienes razón… lo siento, ¿sabes dónde dejé las píldoras?— intentaba mantener la calma mientras comenzaba a buscarlas en aquella cabaña donde pasaríamos la noche.
—Apenas llegamos y ya las perdiste.— suspiró cansada.
—Solo las descuidé un segundo… por eso no me gusta salir de casa, solo me confunde. — continuaba ahora revisando mi mochila en busca del pastillero azul.
—Sabes que es necesario salir de casa, tomar nuevos aires y aclarar tu mente… necesitas distraerte, el doctor lo dijo.
—Estoy comenzando a pensar que el doctor no sabe nada, hemos intentado todo.
—Debes de tener paciencia, nada tiene efecto de un día para otro.
—Nada ha tenido efecto durante todo mi tiempo de vida.
—Si lo ha hecho.
—Solo te mandaron a deshacerte de mí una semana, ellos no quieren verme más.
—Sabes que nuestros padres necesitan descansar.— dijo ella, intentando sonar compresiva.
—Mi estado mental los avergüenza… te avergüenzo— solté para no continuar aquella conversación, sin embargo, mi hermana no dijo nada más, confirmando lo dicho. —Si llegas a ver mis píldoras avísame, estaré afuera. — ella solo asintió sin intentar detenerme.
El hecho de que no haya negado lo dicho lograba que incluso mi retorcida mente generara un sentimiento de culpa. Nuevamente me posicioné frente al mar, dejando que la arena jugueteara entre los dedos de mis pies, la repentina sensación de ser abrazado se apoderó de mi ser, obligándome a posicionarme sobre mi espalda completamente, causando que el resplandor del cielo azul se apoderara de mi visión. Al pasar unos minutos el mar comenzó a llamarme por mi nombre, estos ya no se trataban de susurros, si no, de gritos desesperados. Aún así, continué permitiendo que este me abrazara, hasta el punto de dejar de sentir la arena debajo de mi. Al poco tiempo el agua llegó a cubrirme completamente. Los llamados perforaban mis oídos, la voz insistía en que abriera mis ojos, y al obedecer, el paisaje que se presentaba frente a mi causó que el miedo abandonara mi cuerpo. Pecesillos nadaban alrededor de mi, como si ejecutaran una danza coreografiada, completamente sincronizados. Corales de colores vivos adornaban el suelo submarino, la arena brillaba y todo era claro. Las medusas aparentaban nubes de colores que se desplazaban suavemente a mi alrededor. Era como si el océano se encontrara consolándome por lo confesado hace pocas horas. Gradualmente mi cuerpo comenzó a sentirse pesado y el deseo de salir a la superficie se desvanecía, el oxígeno comenzó a parecer una necesidad, sin embargo, no contaba con fuerzas suficientes para mover alguna de mis extremidades. Por lo que dejé que el agua a mi alrededor me empujara hacia el fondo rocoso, mientras mis ojos adormilados luchaban por no cerrarse. En esa posición una ballena nadó sobre mí, solo observaba su magnitud, deslumbrado por su belleza, todos los peces danzaban alegres a su alrededor mientras yo deseaba unirme a ellos entre clamores de gritos ahogados.
A mi hermana le gustaba bromear con ocultar aquel pastillero que me mantenía a flote, sin embargo nunca esperé que aquella broma llegara tan lejos.
@Samantha Niño Pardo (México)
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