lunes, 8 de julio de 2024

''El depredador Alfa'' by Ronnie Camacho


En los primeros días, cuando el tiempo carecía de significado y los dioses ni siquiera tenían nombre, los seres de la noche gobernábamos la tierra expandiendo nuestra soberanía a costa de la sangre de nuestros enemigos.

Fue en este clímax barbárico, que nosotros, los ejemplares de la raza licántropa aprovechamos una ventaja que nos hacía superiores al resto de los seres, pues a diferencia de los sedientos vampiros y los brutos troles, mi especie era capaz de vestir una segunda piel y caminar durante el día.

Gracias a esto logramos asegurar zonas de caza, erguir pequeños asentamientos y crear redes de intercambio entre manadas; sin embargo, el ego provocado por nuestra supremacía no nos impedía ver lo que se encontraba por debajo de nosotros, fue así que nos dimos cuenta de su presencia.

Una nueva raza descendiente de los primates comenzaba a emerger y aunque presentaban gran similitud con nuestras formas diurnas, carecían por completo de todas nuestras defensas, siendo su único y principal atributo su alto número de especímenes.

Como era usual con el resto de las creaturas, no tardamos en añadir su carne a nuestra dieta, su vulnerabilidad lo hacía una presa fácil y la serotonina que expulsaban al ser cazados agregaba un sabor único que ni la carne de siervo o mamut podían igualar.

Por casi dos milenios esa fue nuestra rutina, pasar las noches enfrentándonos en encarnizadas batallas con nuestros enemigos naturales y el día llenándonos la panza con la carne de los hombres, pero todo cambio cuando descubrimos que aquella raza aparentemente débil, era muchos más que un mangar.

Somos pocos lo suficientemente viejos como para recordarlo, más el recuerdo se quedó grabado en nuestra memoria, ocurrió durante una cacería, cuando parecía que estábamos por exterminar a un pequeño grupo de humanos, uno de ellos tuvo el valor de hacernos frente armado con una simple rama afilada, aquel burdo intento de arma fue suficiente para maravillarnos y dejarlos vivir.

Pronto más eventos similares fueron reportados por otras manadas a lo largo y ancho de la Pangea, la idea que los primates estaban evolucionando cautivó a nuestros lideres y tras una larga discusión llegamos a un consenso, dejaríamos de alimentarnos de su carne y veríamos hasta donde podían llegar.

En efecto, bajo nuestra atenta mirada el hombre comenzó a progresar, abandonando sus cuevas para volverse nómada, sus gruñidos pasaron a convertirse en lenguajes y a diferencia de nosotros, aprendieron a manipular uno de nuestros mayores temores, el fuego.

Más nuestro pequeño experimento no se las vería fácil, no solo debían protegerse de las inclemencias del clima o de feroces bestias, sino también de nuestros rivales, pues, aunque nosotros habíamos dejado de ser una amenaza, los troles y vampiros aún veían en ellos una suculenta fuente de alimento, devorando tribus que vimos nacer y desarrollarse en una sola noche.

Esto nos llevó a cambiar nuestro enfoque y pasamos de ser simples testigos a fieros guardianes, dejándoles en claro que además de ser el depredador alfa, los licántropos éramos los protectores de aquella raza en ascenso.

Para asegurarnos de su supervivencia, aprovechamos nuestra forma diurna y nos infiltramos en sus comunidades y ya fuera atravesando el estrecho de Bering o el de Gibraltar, estuvimos con ellos protegiéndolos de los seres de la noche que podrían hallarse en los recién formados continentes.

Con el paso de los milenios la integración de nuestra especie a la suya fue en aumento, ya no solo se trataba de aprender de sus descubrimientos, la admiración que sentíamos por su raza se convirtió en amor y por ello, adoptamos las culturas de los imperios que formaron, rendimos culto a sus dioses e incluso, tomamos bandos en sus guerras, obviamente todo eso guardando en secreto nuestra verdadera naturaleza.

Para cuando nos dimos cuenta, la humanidad se había convertido en la raza más prolifera de la tierra y aunque en tiempos pasados eso hubiera causado recelo entre nuestra gente, los licántropos habíamos hallado nuestro hogar entre los hombres o pensamos que así era, hasta que la plaga llegó.

No nos era ajena la idea de mortales pandemias capaces de aniquilar a millones de humanos, lo habíamos visto antes con la peste negra y la gripe española, más sin importar que tan mortales fueran, los humanos siempre lograban adaptarse y continuar.

Pero este nuevo virus parecía sobrepasar su capacidad para desarrollar anticuerpos, generando nuevas variantes capaces de burlar hasta sus más novedosos tratamientos.

Desesperados por ver como se acercaba su posible extinción, optamos por revelarnos de una vez por todas y ofrecerles una posible cura para este mal, nuestra sangre.

A diferencia de la humanidad, los licántropos presentábamos una inmunidad natural a cualquier virus existente que quizás en ellos pudieran adoptar al sintetizar nuestros fluidos en su torrente sanguíneo.

La revelación de nuestra existencia sacudió a lo que quedaba del mundo y aunque muchos sentían desconfianza debido al temor infundado por Hollywood de infectarse con nuestra sangre y convertirse en bestias, los gobiernos del mundo hicieron caso omiso de eso, poniendo manos a la obra en la búsqueda de una vacuna.

El resultado no tardó en llegar y aquellos humanos impregnados con nuestros genes, obtuvieron una inmunidad idéntica a la nuestra.

Con ilusión pensamos que este intercambio sería el inicio de una era de cooperación consciente entre nuestras razas, no podíamos estar más equivocados.

Nuestro amor por el hombre nos cegó de su bien conocida ambición, aquella que lo había hecho cruzar el océano y la misma que lo hizo matar a millones durante la conquista.

Pues en su pensar, si una poca de nuestra sangre podía salvar a cualquiera de la muerte, ¿qué más podrían conseguir al experimentar con el resto de nosotros?

Pronto la cacería comenzó alrededor del mundo y aunque algunos hemos logrado encontrar refugio en los bosques ancestrales, sabemos bien que no podemos hacer nada para frenarlos, ellos son el nuevo depredador alfa de la tierra y como todo cazador, solo se detendrán hasta atrapar a su presa.

 

® Ronnie Camacho Barró (México) 

 

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