''Desconectados'' ® Eduardo Honey
Como castigo por no hacer mis deberes en casa y faltarle el respeto, Mamá me mandó a mi cuarto. Sacó la televisión, la laptop y me quitó mi nuevo teléfono.
“Así te quedarás para que reflexiones tu comportamiento y sepas lo que pasa en el mundo, ya basta de estar conectado a toda hora” sentenció de forma tajante antes de cerrar la puerta. “Mientras tanto, para que te ocupes en algo, ordena este cuchitril y mañana lo barres y lo trapeas, ¿entendido?”
En cuanto escuché que se alejaba, de inmediato rebusqué en los cajones de los burós, en el escritorio y luego entre las cosas del clóset que arrojé al piso del cuarto. Estaba seguro de que aún tenía un viejo iPod de cuando salí de primaria. No era mi culpa si se le pasó requisarme ese dispositivo. Luego busqué algún par de audífonos alámbricos lo que me dio asco ya que estarían sucios o sudados. Por eso adoraba todo lo nuevo: pequeños, fáciles de limpiar e inalámbricos. Así que los conecté y encendí el dispositivo.
Nada. Estaba descargado. De nuevo a buscar por doquier sin éxito. Recordé que en cuanto tuve los audífonos y bocinas inalámbricas decidí tirar el cablerío que poseía ya que lo consideré como una liberación. Enojado, arrojé el iPod junto con sus cables y me tiré en la cama destendida.
Lamenté mi vida, era inhumano dejar a las personas sin sus dispositivos y el acceso a la red. Fastidiado, levanté y me asomé por la ventana. Ni siquiera podía huir de casa, vivíamos en un piso catorce y las ventanas estaba selladas. Solo podía abrir las ventilas. Con un suspiró me fijé más allá de la ciudad, a donde están las montañas y me topé con la Luna. Estaba llena, iluminada y enorme conforme ascendía desde el horizonte.
Los cráteres se apreciaban con facilidad y las enormes manchas planas que creo que se les llamaban mares. Alcancé a ver cómo una mancha negra se aproximó a enorme velocidad e impactó la parte superior. Un estallido de luz me cegó, cerré los ojos y casi en automático me tapé la cara con el antebrazo derecho.
Intenté varias veces mirar al interior del cuarto, pero estaba “lampareado” por completo, como si hubiera dejado mi vista clavada en un foco por largo rato. Escuché pasos en el pasillo y el sonido de mi puerta al abrirse.
“¿Estás bien?”, preguntó mamá antes de abrazarme, “¿Qué tienes en los ojos?”. Contesté que el flashazo en la Luna me había deslumbrado. Me tomó de la mano y me hizo salir de mi habitación. En el baño buscó unas gotas de manzanilla, me las aplicó y luego nos fuimos a la sala. “Recuperarás la vista, solo ten paciencia”, expresó con tranquilidad y se sentó a un lado. Prendió la televisión.
—El gobierno aún no emite su posición oficial y las medidas que tomará —dijo el presentador de las noticias de la noche—. Sin embargo, por los videos que circulan por la red es claro que un asteroide de buen tamaño impactó nuestro satélite.
“¡Dios mío! ¡Dios mío!”, expresó mamá cada vez con mayor volumen, “¡Dios mío!”. Yo parpadeé varias veces y logré casi enfocar la vista en el suelo. Intenté ver en la tele lo que le angustiaba a mamá. Aunque veía mi alrededor como muy iluminado, tendiendo a blanco, pude percibir el video ralentizado: la sombra negra que alcancé a percibir era un borrón que en tres o cuatro cuadros impactaba contra la Luna y luego veía un destello que saturaba la cámara.
—Está con nostros el Doctor Jaime Lowell, astrofísico de la Universidad Capital. ¿Qué nos puede decir de este fenómeno? —señaló el presentador—.
—Es un evento único que para nuestra mala fortuna nos tocó en ese preciso momento —expresó un señor de lentes de pasta negra y casi calvo.
Mi vista se recuperaba así que decidí bajarme del sillón y correr a ver a la Luna.
El espectáculo era increíble. A buena altura se veían luces brillantes y enormes que parecían venir desde la Luna y se esfumaban a nuestras espaldas.
—El asteroide que impactó nuestro satélite llegó de forma perpendicular al plano donde orbitan los planetas. No hubo forma de detectarlo.
—Mamá ven a la ventana y ¡mira! —grité de emoción. Ella se acercó, se arrodilló y me hizo la señal de la cruz mientras susurraba su rezo—. ¡La Luna está partida en muchos pedazos! Creo que vienen para acá.
—Doctor Lowell, ¿tenemos alguna posibilidad de que esto no nos afecte en gran medida?, preguntó el presentador con nerviosismo.
—Del polvo —contestó de inmediato el doctor— y las rocas pequeñas no hay porque preocuparse. Lo que quizás nos afecte definitivamente…
—¿Ya viste, mamá? ¡Esos dos trozos están enormes!
—…son los restos de entre diez y veinte kilómetros que llegarán en las próximas horas, serán un ELE, un evento de nivel de extinción planetaria…
No presté más atención ya que me sentía maravillado, en plena conexión con el universo y con mamá quien no dejaba de abrazarme y rezar.
® Eduardo Honey
Ojala, nunca sucesa, pero la imagen y asombro siempre estan....
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