miércoles, 4 de junio de 2025

''Más allá de la neblina'' ® CRISTIAN GUEVARA


Nadie volvió a ver a la HMS Catalina. Pescadores del Norte aseguran que, en noches sin luna, una neblina densa recorre el mar… y con ella, el lamento de una tripulación que aún combate contra lo imposible”. Extracto de un informe no oficial recuperado del archivo sellado del Almirantazgo, fechado en 1793.

 

La HMS Catalina, majestuoso navío acorazado y capacidad de disparo sin igual, había perseguido sin tregua al corsario Sombra de Avalon tras largas horas que parecían salidas del purgatorio. El sol se había desplomado tras el horizonte cuando ambos navíos, jadeantes como bestias cansadas, alcanzaron las aguas profundas del Norte. Ahí, bajo un cielo inmóvil y sin estrellas, el corsario se detuvo de forma abrupta, como si hubiese chocado contra una pared invisible.

Pronto, el capitán del Catalina comprendió el motivo de su detención. Una inmensa muralla de neblina surgía en el horizonte marítimo, no bajando del cielo, sino brotando desde las propias aguas, como si algo la exhalara desde el abismo. Silencio. Ningún marinero respiraba, expectante.

Desde dentro del velo surgió el sonido de un cuerno de guerra. Resonante, tétrico y húmedo, que hizo crujir los maderos del Catalina y provocó que las lámparas temblaran, aunque no hubiese brisa.

En aquel instante… la vieron…

Una nave titánica, putrefacta, viviente. Avanzaba desde la neblina como un tumor que no conoce reposo. El casco parecía hecho de carne y espinas, con remiendos de piel cosida a tablones, e hileras de ojos —docenas de ojos, todos vivos, todos viendo— que parpadeaban entre costillares abiertos. Las velas no eran de tela, sino membranas de tejido venoso y palpitante, y su estela no era de espuma, sino de sangre.

A bordo, tripulantes de apariencias imposibles: cuerpos mutados con el cráneo abierto como flores marchitas, con extremidades como zarcillos, que sostenían diferentes armas cuerpo a cuerpo, y parecían no haber sido diseñadas para esta realidad. Rugían como bestias sedientas de carne y sangre.

—¡Qué es eso! —intentó vociferar el capitán del Catalina, pero sus palabras murieron en su garganta.

Desde la Sombra de Avalon, el capitán corsario gritó con una voz rasgada:

—¡¿Aliados o alimento?! ¡Decidan!

—¿Órdenes, señor? —preguntó uno de los marineros en el HMS Catalina.

El capitán del Catalina no demoró demasiado en responder:

¡Toda la artillería! ¡No dejen de disparar! ¡Hundamos esa monstruosidad profana!

Ambos barcos, antaño enemigos, rotaron, alinearon sus baterías, como dos lobos enfrentando un depredador mayor, más grande, más voraz. La primera andanada retumbó, pero los proyectiles se hundieron en la carne pútrida del navío aberrante con un sonido acuoso e inmundo… y, simplemente, desaparecieron. No quedaron heridas.

—¡Nuevamente! —repitió el capitán.

Otra andanada fue disparada desde ambos navíos. Mismo resultado: Nada…

Entonces, con un rugido inmundo, la aberración se lanzó sobre el corsario. Una enorme boca llena de afilados dientes se abrió en el frontal de la nave enemiga. Estaba hambrienta. Y comenzó a devorar al, ahora, barco aliado del Catalina. Los enemigos abordaron el bote y empezó una sangrienta matanza en la proa. Pronto, desde las aguas emergieron tentáculos negros y se enroscaron alrededor del mástil del corsario como serpientes hambrientas. Chillidos, aullidos, crujidos, disparos, se mezclaban de una manera estridente y horrida. Desde la popa de la Sombra de Avalon, algunos tripulantes liberaron una barcaza auxiliar. Seguían disparando mientras trataban de alejarse de la monstruosidad, pero pronto, demasiado, fueron aplastados por un tentáculo.

En el estribor del Catalina los marineros disparaban sin tregua, intentando colaborar en cuanto fuese posible. Pero nada lograba detener a los enemigos por completo. Se reconstruían con sonidos húmedos, imposibles.

Disparaban, gritaban, morían… y nada cambiaba. Entre disparo y disparo los marineros se hundían en un inmenso sumidero de desesperación. Empezaron a convencerse de que no podían ganar.

Y en aquel momento lo que quedaba del corsario terminó de desquebrajarse, hundiéndose en las profundidades marítimas. Mientras los marineros saltaban a las aguas, en su mayoría a una más que segura muerte. Rápidamente el capitán dio la orden de ayudar a los náufragos. Pero como pasó anteriormente, el monstruo barco enfocó su furia en el Catalina.

Nuevamente otra andanada, esta vez a bocajarro. La nave enemiga sangró, rugió adolorida cuando varias balas de cañón la atravesaron, y aunque por un instante los tripulantes del Catalina celebraron, pronto acallaron al ver que esta se había enfurecido aún más. Arremetiendo con una violencia indómita, los tentáculos empezaron a destruir la coraza del imponente barco de línea, entre tanto los tripulantes monstruosos iniciaron el festín como ya había ocurrido con el corsario hundido.

Y entonces el capitán, sin más opciones, conociendo el inminente final de todos, gritó:

—¡Detonen la pólvora!

Nadie dudó de la orden.

Y después de que la imponente explosión ocurriera, en aquella maldita neblina, hasta el tiempo pareció callar…

 

® CRISTIAN GUEVARA

 

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