viernes, 2 de octubre de 2020

''Todo lo que quiero'' by: Ronnie Camacho


Voy conduciendo, es tarde por la noche, afuera llueve a cantaros y tengo horas de sueño encima, pero no puedo quejarme, si no tomaba este trabajo otro camionero lo haría.

Recuerdo que cuando inicié en esto, lo hacía pensando en todas aquellas aventuras que podía vivir, pero ahora con una familia acuestas y deudas por pagar, lo hago por la apabullante necesidad de llegar a fin de mes.

Estoy por dar una vuelta en una pronunciada curva cuando bostezó por el cansancio y en ese cortísimo lapso en el que cierro mis ojos y vuelvo a abrirlos, es que la veo.

Parada en medio de la carretera se encuentra una joven mujer que lleva la boca amordazada por un mecate, las manos presas de unas gruesas esposas y vestida únicamente con un rasgado camisón, que deja a la vista el tapiz de moretones y cicatrices que son su cara y cuerpo.

En cuestión de segundos el sueño me abandona y utilizando toda mi pericia al volante trato de esquivarla.

Tras un giro brusco logro evitar pasar sobre ella, pero debido lo resbaloso del asfalto pierdo el control del volante, salgo del camino y me estampo de lleno contra uno de los frondosos árboles que pertenecen al negro bosque que rodea cada lado de la carretera.

Con el alma en vilo y la cabeza dando vueltas, me percato de que todo el frente de mi camión ha quedado completamente destrozado por el aparatoso choque.

Más allá de agradecer por seguir vivo, me maldigo por estarlo, pues con el daño que acaba de sufrir el camión es más que seguro que me despidan o peor aún, me obliguen a pagarlo.

Estoy por maldecir a todo lo sagrado cuando lo escucho, el sonido de la puerta del copiloto abriéndose sin mi permiso.

Iracundo volteo en aquella dirección y encuentro a la chica que provocó que saliera del camino sentada justo al lado mío.

De la sorpresa doy un salto hacia atrás y aunque quisiera gritarle por haberse atravesado, sus manos temblorosas y los ojos llenos de lágrimas me disuaden de hacerlo.

―¿Qué te pasó? ―le pregunto con recelo.

Como respuesta, velozmente  agarra una de mis manos y la acerca a su boca, para luego con sus ojos, comenzar a señalar el mecate que aprisiona su voz.

Entendiendo claramente su mensaje, le quito la soja y apenas lo hago, las lágrimas comienzan a desbordase por sus mejillas.

―¡Por favor ayúdame, me vienen siguiendo! ―suplica a moco tendido.

―¿Quién?.

―Un hombre loco, entro a mi casa, mato a mi marido y quiso matarme a mí también ―responde agitada y al borde de las lágrimas.

―Está bien, yo… yo te voy a ayudar, espera ―comienzo a buscar la radio en mi cabina para llamar a la central, pero cuando la encuentro me percato que igual que el frente de mi camión, está también se encuentra completamente destrozada―.¡Puta madre! ―espeto hastiado por mi descubrimiento.

―No importa, solo libérame ya no aguanto estar así ―me muestra sus manos esposadas.

―¿Con qué?, no tengo tenazas ni serruchos.

―¿Y en tu cargamento no traes nada que pueda servir? ―

―Son solo frutas que llevo hasta Puebla.

Mi respuesta la hace enfadar y fuera de sus casillas comienza a golpear el tablero frente a ella, tratando de romper las esposas.

Su insistencia es tal, que pronto comienzan a sangrarle las muñecas y por más que trato de detenerla, ella no para hasta que lo escucha.

―¡Al fin te encontré ramera del averno! ―grita un hombre vestido completamente de negro, con una pistola enfundada en la cintura y portando en las manos una lampara de aceite y un báculo de madera con una enorme cruz de hierro en el pomo. 

 ―¡Es él! ―aterrada y como puede cierra la puerta―.¡Arranca! ―.

Sin pensarlo dos veces giro la llave tratando de encender mi pesada máquina, pero nada, el motor no está ahogado, está completamente muerto y si no hacemos algo pronto nosotros también lo estaremos.

Antes de que siquiera pueda pensar en algo el hombre ha llegado hasta la puerta del copiloto y con un desquiciado ahincó, trata de abrirla para hacerse con la chica.

Pronto un forcejeo entre ambos comienza, ella lucha por su vida y el por arrebatársela, pero como todo, esta contienda de voluntades llega a su fin cuando el hombre desenfunda su pistola y de un tiro revienta la ventana.

Vidrios vuelan por doquier y ahora que la tiene su merced, como un animal salvaje la toma del cabello y trata de sacarla por la ventana.

―¡Ayúdame, por favor! ―en sus ojos se denota el terror.

―¡Ya voy! ―sin más armas que mis propias llaves, defiendo a la chica apuñalando al hombre en las manos con ellas.

El agresor chilla de dolor antes de soltarle, para luego comenzar a proliferar diversos insultos y maldiciones en nuestra contra.

―¡Salgamos, salgamos, salgamos! ―la chica comienza empujarme.

Con la adrenalina por los aires y falto de ideas, la obedezco y juntos salimos del camión para adentramos en el tupido bosque.

Corremos hasta adentrarnos lo más que podemos en el espesor del monte y aunque estamos exhaustos, no dejamos de movernos hasta que encontramos una destartalada cabaña.

―Abre ―dice jadeante por el cansancio.

―Espera, no podemos entrar, así como así, está casa puede ser de alguien ―observo.

―Es mía ―responde antes de acercase para abrir la puerta por sí misma―.Entra aquí estaremos seguros ―

Aunque dudo de aquello, le sigo.

Cuando entro a la casa lo que me encuentro es una sola habitación repleta de libreros con grimorios polvorientos a sus cuestas, frascos de cristal llenos de curiosas conservas y velas por doquier qué con su tenue luz, iluminan el inerte cadáver de un anciano tirado sobre el suelo de tierra.

Un agujero que pasa a través de su cabeza señala la razón su muerte y aunque me produce nauseas verlo, también me genera incertidumbre, no solo por su edad en comparación a la de la mujer sino por la sonrisa enmarcada en su rostro, que casi pareciera indicar que estuvo muy contento por morir.

―Debió ser horrible para ti ver morir a tu esposo ―volteo esperando encontrarla abrumada por lo sucedido, pero en lugar de ello, la encuentro esculcando desesperada en varios cajones.

―¿Dónde deje ese puto cuchillo? ―masculla.

―¿Qué chingados te pasa?, cuando te encontré estabas devastada por la muerte de tu marido y ahora no parece importarte ni un bledo.

Ella se detiene en seco y me mira con suspicacia.

―En verdad me duele su muerte, me fue leal por mucho tiempo pero ya estaba viejo y con la edad se puso quejumbroso ―responde de forma fría ―.Pero tú, estás en la flor de tu juventud, eres fuerte y me defendiste, ¿No quieres ser mi nuevo marido? ―pasa sus manos aun esposadas detrás de mi cabeza y acerca su cara a la mía.

―Yo…yo…yo ya estoy casado ―respondo con las piernas temblorosas por el calor que produce su cuerpo.

―Pero no eres feliz, tampoco te gusta tu trabajo e incluso hubieras preferido morir en el choque que cruzó nuestros caminos ―sus palabras me toman por sorpresa.

―¿Cómo sabes todo eso?.

―Porque desde el momento que te vi pude oler toda tu frustración ―me olfatea profundamente antes de sonreír de una forma sádica.

¿Qué eres?.

―Una bruja ― responde sin tapujos.

―¿Quien es el hombre que nos sigue?.

―Un terco sacerdote que lleva tiempo tras de mí, le ordené a mi marido defenderme cuando apareció pero por lo viejo que era no hizo mucho―escupe al cadáver con desdén―.Por su culpa,  aquel monaguillo logro atraparme, tuve suerte de escapar y más de encontrarme contigo ―

―¡Aléjate de mí! ―trato de apartarla.

―¿Qué no quieres ser mi nuevo esposo? ―pregunta con una fingida ingenuidad―.Yo puedo dártelo todo, la libertad, las riquezas, el poder, solo tienes que liberarme y prometer que permanecerás a lado mío para siempre, ¿Qué dices? ―propone en un tono sensual y abrumador antes de besarme.

Ante el contacto de nuestros labios puedo ver un futuro a su lado, donde me veo manejando un auto último modelo, cenando en lujosos restaurantes y viajando por medio mundo sin ver coartar mis aspiraciones por la falta de dinero.

No sé qué decir, todo aquello parece irreal pero también se sintió tan verdadero, creo que mi decisión es clara.

―Te liberaré ―acepto finalmente

 Ella sonríe de oreja a oreja antes de entregarme un cuchillo de carnicero, después coloca sus manos sobre una mesa y extiende las cadenas de las esposas lo más que puede.

Sin demora alzo la hoja y con cuidado lanzo mi primer tajo.

Con cada golpe noto que cosas raras ocurren a mi alrededor, con el primero un feroz viento hace estremecer la cabaña, con el segundo el fuego de las velas se aviva hasta casi alcanzar el techo y con el tercero observo que los ojos de la mujer se tornan de un color tan rojo como la propia sangre que corre dentro de mis venas.

Estoy por dar el último golpe que le dará la libertad cuando alguien frena mi mano.

―¡No lo harás! ―sin darnos cuenta el hombre que nos sigue ha llegado a la cabaña.

Con una fuerza sobrehumana hala de mi muñeca y me lanza contra uno de los libreros.

―¡Levántate! ―me ordena la mujer mientras que amenazantemente el hombre se aproxima a ella.

―¡Súcubo de Satán es hora de que pagues por todo el mal que has hecho! ―grita  antes de golpearla con el pomo de su bastón en el estomago.

El ataque no solo la sofoca, sino que también la hace caer de rodillas y la deja completamente indefensa contra el sacerdote.

―Ayúdame ―me suplica sin aliento.

―¿Últimas palabras bruja? ―el sacerdote desenfunda su pistola y le apunta directo a la cabeza.

Al ver que mi oportunidad de obtener todo lo que deseo está por disiparse me incorporo y me abalanzo sobre él.

Rodamos por el suelo y mientras lucho por quitarle la pistola, un tiro se le sale y aun con todas las probabilidades apuntando a que la bala impactaría contra uno de nosotros, no es así.

En su lugar, el proyectil ha penetrado el corazón de la bruja y tras una mirada perpleja y un vomito de sangre, ella se desploma muerta sobre el suelo.

―¡No, ella iba a dármelo todo! ―me lamento frustrado.

―No te preocupes, pronto la alcanzarás ―es lo último que escucho, antes de que el sacerdote me dispare.

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