lunes, 12 de octubre de 2020

''El misterioso jarrón multiplicador: La herencia de la abuela'' by: Ammie Aguirre


Se suponía que yo era la consentida de la abuela, se suponía, y aunque nunca estuve cerca de ella por interés, claramente no espere lo que en su testamento me dejó.

Habían pasado tres meses desde que mi Welita Concha se había ido al cielo, tres largos meses desde que el silencio en la casa reinaba a todas horas. Mi Welita Concha solía escuchar boleros desde que tomaba café de olla con piloncillo por la mañana, hasta que se merendaba un par de galletas de canela con te de manzanilla. Ella decía que el silencio solo dañaba el alma y que la vida, debía disfrutarse con buena música de fondo, de hecho, en su funeral, los discos de Armando Manzanero nos deleitaron por 36 horas seguidas. Mi abuelita bromeaba diciendo que cuando su alma partiera al paraíso (donde siempre decía que no estaría) debíamos de sonreír y festejar su paso por este mundo, que llorar ya no era necesario, porque después de todo, casi 100 años sobre la tierra era digno de alegría, no de tristeza. Y vaya que habían sido buenos años, quien viera a la vieja tan cabrona y valiente, sin dejar su lado inteligente y esa astucia que, por lo visto, a ninguno de sus hijos había heredado.

Nadie espero el día que se fue, esa mañana pase a saludarla como de costumbre, tomamos café con piloncillo y unas buenas conchas recién traídas de la panadería por Chencha, la cocinera y eterna amiga de mi wela, que, dicho de paso, murió un mes después que ella, a nadie le pareció extraño, pues ese par de viejas parecían unidas por algo más que una simple amistad. Hablamos sobre mí recién negocio, mi etapa viviendo sola y el carrito de juguete (como lo llamaba mi padre) que me había comprado después de 3 años de ahorrar cada peso que ganaba. Ella siempre recalcó el orgullo que tenía sobre mí, siempre repetía: «Me alegra que no seas una mantenida y buena para nada como tus primos. Cuando muera, te vas a quedar con todo lo más valioso en mi vida y lo que me hizo la mujer que soy» Y pues si, a corta edad comencé a trabajar aun cuando contaba con el apoyo de mis padres y hasta cuando la abuela quiso apoyarme en mis locuras, siempre fui una mujer independiente y ahora a mis 26 años, tenía lo que muchos solo sueñan, hasta yo estaba orgullosa de mí. Como decía, esa mañana fue como cualquier otra, quien iba a pensar que sería la última vez que la vería y que esos comentarios raros sin sentido, seguirían sin sentido hasta el día de hoy. Sí que la extraño, esa mujer encorvada, con su cabecita blanca y una joroba sobresaliente, se nos fue mientras tomaba una siesta en el jardín de su casa a las 12:05 pm.

¡Ay, abuela, en verdad te pasaste!

Después de la lectura del testamento, todos tenían en sus rostros una felicidad desbordada, mientras mis primos andaban de allá para acá abrazándose unos a otros por las sumas groseras de dinero en sus cuentas de banco, yo me mantenía sentada en silencio observando los tan peculiares objetos que hasta con instrucciones venían para mí. En resumen, esto fue la herencia de la abuela:

1.- Para Jorge (nieto de 35 años, tres matrimonios, 4 hijos, apostador y bebedor): 1 millón de dólares.

2.- Para Jaime (nieto de 25 años, no estudia, no trabaja, no le interesa nada en la vida): 1 millón de dólares y el departamento de las Cumbres.

3.- Para Juan (nieto de 28 años, cambia cada tres meses de trabajo, incomprendido y no valorado por sus jefes): 1 millón de dólares, la casa en las Lomas y la pastelería de la abuela.

4.- Para Jazmín (nieta de 30 años, soltera, adicta a las prácticas esotéricas del amor, su novio le pega y la quita todo el dinero): 1 millón de dólares, joyas y la casa de campo de Valle Hermoso.

5.- Para mi…Joss (nieta de 26 años, soltera, casa propia, coche propio, negocio propio y tres gatos): Medalla de San Benito (órdenes de no quitármela nunca), una moneda de oro de más de 150 años (ordenes de siempre llevarla conmigo) un cofre lleno de “algo” (órdenes de no abrirlo hasta dentro de 6 meses) y un jarrón viejo y para colmo feo, que tenía que estar en el lugar más apreciado por mí, ya fuera en la casa o en el negocio, así como mantenerlo a salvo, pues llevaba en la familia más de 5 generaciones.

Todo lo demás, se repartió entre hijos de la abuela, beneficencia pública y uno que otro amigo o pariente cercano.

¡¿Es neta, abuela?! ¡Un jarrón! Bueno, nunca he sido una persona ambiciosa como mi demás familia, les brillan los ojos pensando en que van a gastar lo que les ha dejado. Ya quiero ver con qué tontería salen en un tiempo.

Los días pasaron y yo seguí al pie de la letra las instrucciones, la medalla de san Benito siempre la tenía puesta, la moneda de oro estaba conmigo en todo momento, el cofre estaba guardado y el jarrón lo había colocado en la mesa de noche a un lado de mi cama, decidí ese lugar, porque me sentía cerca de la abuela, de hecho, a veces y justo antes de dormir, platicaba con ella y terminaba dándole las buenas noches a ese feo jarrón.

Una mañana y antes de levantarme para ir a trabajar, estaba pensando en lo mucho que me gustaría multiplicar las ventas de mi negocio (vendía galletas, receta secreta de mi welita Concha) mire al jarrón y como si hablara con la abuela, le pedí me mandara clientes, le di un beso y me dispuse a vivir otro nuevo día.

Llegue como siempre a hacer el aseo del local, abrí puertas y ventanas, me puse el mandil y comencé a hornear, cuando de pronto, una señora mayor y muy elegante entró solicitando 100 cajas de mis mejores galletas, tenía un evento y su pastelero de confianza había enfermado dejándola tirada y le urgía conseguir el producto en menos de 24 horas para ese elegante suceso del que tanto hablaba, sin miedo, tome su pedido y acepte el reto. Como pude conseguí ayuda, cerré el local y me puse manos a la obra para tener listo el pedido. Obviamente todo fue un éxito, terminamos a tiempo, entregamos las galletas y de regalo les obsequie mini pastelitos (receta secreta de mi welita concha).

Pasados tres días, otra señora muy elegante entro en el local pidiendo conocer a la responsable de los mini pastelitos, me presente con ella y solicito para dentro de 4 días, 200 mini pasteles de tres sabores diferentes. Acepte el reto, conseguí ayuda y todo fue un éxito, entregamos los mini pasteles y de regalo, les mande tartas (receta secreta de mi welita concha).

10 días después de eso, una señora elegante, más elegante que las dos primeras, pedía a gritos a la creadora de las tartas y ayuda para un pastel de bodas en tres días, obviamente ya tenía miedo de lo que estaba pasando, pues de acuerdo a las especificaciones de lo que solicitaba, yo jamás había hecho algo así, aun así, acepte el reto.

Me la pase un mes metida en el local trabajando como loca. Gracias a esas señoras, las ventas subieron y ahora ya tenía la posibilidad de tener empleados, había contratado a un ayudante de repostería y a una cajera. Se nos hacía difícil surtir pedidos y tener listos los postres del local, la gente comenzaba a hacer fila cuando se daba cuenta que las galletas, mini pasteles y tartas estaban a nada de salir del horno. Las señoras se encargaron de correr la voz más rápido que un programa de chismes. Ya estaba pensando en hacer más grande el local y poner servicio de cafetería.

Una noche después de un largo día de trabajo y antes de caer en los brazos de Morfeo, miré el jarrón y teniendo en mente que era la abuela, le di las gracias y a modo de broma, le dije: «Deberías de mandarme un novio»

Y llegó…tres días después de pedirlo, llegó. Solo fue por tres meses, dos días y 5 horas, vaya, ese cabron me había dejado hecho un asco el local, quien iba a pensar que lo decente que se veía, se le quitaría al ver por las cámaras de seguridad como saqueaba la caja registradora, que bueno que solo fueron tres meses, si se queda más tiempo, capaza y me roba la casa también, o sea, que hijo de puta.

«Así no era el novio que quería, welita concha»

Para mi buena fortuna, nos repusimos al robo, nos cambiamos de local, pusimos un servicio de cafetería, ya tenía 6 empleados y las ventas seguían subiendo, ya nos cotizábamos y solo atendíamos por cita. Estaba sumamente feliz y no dejaba de agradecer las bendiciones que estaba teniendo.

Cierto día, y pasados 6 meses de la lectura del testamento, soñé con la última plática que tuve con la abuela, esa mañana cuando la visite y tomamos café, pensé que por su edad estaba desvariando, pues en su charla, ella me contaba del cabron del abuelo José y sus múltiples aventuras extramaritales, recuerdo que me dijo: «Jamás confíes en un pendejo como tu abuelo» Y yo al abuelo lo quería mucho, siempre me daba dulces y dinero a escondidas para golosinas, pero la abuela, bueno, ella era un caso extraño para su época, siempre vimos que tenía más pantalones que el abuelo, aun así lo quiso mucho, pero de pendejo y cabron nunca lo bajo. Algo más que ella mencionó esa mañana, fue acerca de las galletas que me había enseñado a hacer, de todo lo que me dijo, repitió varias veces que las de nuez eran la clave y que siempre cuidara el jarrón, cosa que para ese momento no entendí.

Las de nuez…

Cuando preparaba un nuevo postre, siempre mantenía la cocina a puerta cerrada, me consideraba alguien muy celoso de sus secretos y más cuando los secretos venían de mi welita concha, no confíes en nadie, decía, no confíes, por lo que, apegándome a sus palabras, en silencio y sola, horneaba las recetas más emblemáticas de la abuela.

Las de nuez, dijo. Pues las de nuez nos llevaron a un concurso que ganamos con la mano en la cintura. Las de nuez nos hicieron marca registrada y me proyectó como la maestra repostera más cotizada de la zona…del país.

Ahora ya hablaba más seguido con el jarrón, lo había llevado con un especialista de conservación de objetos antiguos y ya no era feo, la medalla seguía en mi cuello y la moneda de oro en mi bolsillo. Sin darme cuenta, una noche le pedí más gatos y dos días después tenía una mamá con sus crías en mi ventana, los adopté. Sin querer pedí vacaciones y me enfermé de dengue por dos semanas. Una noche pedí una aventura y me quedé tirada en medio de la carretera federal cuando una llanta se ponchó. Yo no lo notaba, pero cada vez que pedía algo, ya fuera tonto, loco, pequeño o grande, se daba, todo se daba sin saber cómo o por qué. Fue una mañana, mientras bebía café con piloncillo, que fui hasta el jarrón y puse una humeante taza delante de él, con el corazón y el sentimiento en la mano, le pedí sentir un amor tan grande que me diera la dicha de ser feliz para toda la vida. Tres días después… me enteraba que estaba esperando un hijo ¡Rayos! Y fue entonces, y sabiendo del paso de los 6 meses, cuando recordé que debía de abrir el cofre.

Llegue a casa con sentimientos encontrados, un miedo extraño y una alegría inmensa. Si bien el padre de mi hijo era un cabron, yo estaba dichosa por convertirme en madre. Coloqué en mis piernas el cofre y al abrirlo descubrí una carta, era de la abuela, decía:

Mi querida niña, no te dejo fortuna, porque fortuna tendrás, no te dejo casa, joyas o departamentos, porque todo eso lo tendrás, no te dejo mi pastelería, porque la tuya será más grande que la mía, no te dejo nada material, porque lo material lo conseguirás, ya lo veras. En cambio, te dejo algo más valioso, te dejo mi fuerza, para salir de la adversidad; mi inteligencia, para hacer negocios; mi astucia, para sobresalir; mi talento para inventar; mi valor, para luchar y mi espíritu para jamás rendirte. La medalla es para cuidarte de las envidias y de lo malo del mundo, cuidó de mí y de mis hermanos cuando mis padres murieron; la moneda de oro la encontró mi bisabuelo y después de perder todo en apuestas, es lo único que quedó de su fortuna; el jarrón, ese jarrón ha sido heredado por más de 5 generaciones a las mujeres con el talento como nosotras, quizá no creas, pero sé que ya te diste cuenta que todo lo que pides te lo da o te lo multiplica, aprovecha su magia, pero se prudente, porque también castiga. Lo que llevas en el vientre, continuara con nuestro legado, enséñale que las de nuez son la clave. Serás una gran madre y no necesitaras a un pendejo a tu lado, recuerda, con pendejos como tu abuelo no.

Pd: Gracias por la taza de café.

Te ama, tu welita Concha.

Fin.

Por cierto, era una niña. Mis primos perdieron toda la herencia que la abuela les dejo…y yo, bueno, yo espero no enamorarme de un cabron como mi abuelo José.

 

 

® Amiie Aguirre (Reynosa, Tamps. México)

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