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miércoles, 21 de octubre de 2020

''La decisión'' © Ruth Martínez Meráz

 Lo había planeado todo desde una semana anterior. Una sola imagen habitaba en su cabeza: un bebé llorando sin cesar; sus pechos, hinchados por la presión de la leche que ya se le desbordaba  por los pezones, incrementaba sus ansias de tomar ya una decisión inmediata. Sonia, apenas de diecisiete años pero con una precoz experiencia en el arte amatorio, se veía en el dilema de un embarazo no deseado. Cómo era posible que se hubiera dejado convencer de no usar condón como solía hacerlo siempre, “sólo por una calentura”, se repetía una y otra vez. Lo peor es que había tardado mucho en tomar una acción al respecto. Los días se le vinieron encima, ya estaba en el séptimo mes. Los bochornos, aunados al calor del ambiente, le hacían más desagradable la vida. Los golpeteos en la puerta la sacaron de sus pensamientos. No esperaba a nadie.

--¿Sí, ¿quién es?

--La partera --se escuchó.

Sonia entreabrió la puerta. Ahí estaba una mujer entrada en años. Tenía facha de todo, menos de partera.

--No me avisaron que vendría señora --dijo Sonia, con voz seca.

--Se le ha de haber olvidado al Toño, como siempre tan despistado el chamaco, pero bueno para meter mano en las chiquillas como tú --contestó la partera, con sarcasmo.

--Está bien, entre, ya que, al mal tiempo darle prisa y yo ya esperé mucho.

Bertha, la comadrona, entró sin apartar la vista del bulto inflamado bajo la ropa de Sonia. Le brillaron los ojos con malicia. Sonia le hizo ademán de que la siguiera al sótano de la casa. Sus padres no vivían desde ya hace un año con ella. Ambos la tenían por una chica madura, por lo que a la necesidad de trabajar ambos fuera, la habían dejado suficiente tiempo sola como para que Sonia diera rienda suelta a sus instintos.

El sótano olía a humedad por más que un aroma débil a rosas quería esparcirse de una vela roja ya desgastada en un rincón sobre el suelo. Tendieron una colcha vieja y sacaron unos cojines guardados en una caja.

--Acuéstate --le dijo Bertha.

Sonia obedeció al instante. Traía un vestidito corto de algodón, de ésos que le hacía sentir menos el calor. Abrió las piernas como se lo indicara la partera, quien de repente dibujara en su rostro un dejo de ternura. Sonia no alcanzó a ver cuándo las manos de Bertha sujetaron su cuello.

 

Al amanecer doña Cleta, la vecina de junto, chismosa como siempre, al correr la cortina vio lo que le pareció ser una bola de fuego volando sobre la casa de Sonia. Espantada, se persignó.

 

© Ruth Martínez Meráz (H. Matamoros, Tamps. México)

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