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domingo, 15 de mayo de 2022

''Coatlicue'' ®Estrella Gracia

Retumbaban los huehuetl en el rojizo atardecer, excitando los cuerpos danzantes que lucían empapados en sudor. Las coyoleras y los ayacaxtli se oían entre los brincos, al mismo tiempo que los penachos emplumados oscilaban al son del teponaztli. Entre el furor, el sonido del atecocolli surgió haciendo el llamado a lo sagrado:  el permiso fue otorgado. Las hogueras se encendieron, esparciendo el humo de copal por la explanada atiborrada de fieles devotos, ansiosos por ver a su diosa.

Al pie de la pirámide, dos hermosos jaguares esperaban el descenso de su ama. Al centro de la explanada, en la mesa de sacrificios, yacía atado de pies y manos el malhechor que tiempo atrás había lanzado su pluma hacia la diosa, difamando su honor. En lo alto, respaldada por la luna, apareció Coatlicue, aumentando el fervor de los danzantes. Orgullosa, la madre de los dioses exhibía sus pechos desnudos; el cascabeleo de la serpenteante falda advertía el peligro con su lento descender, acrecentando la agonía del hombre desafortunado.

Al bajar el último escalón, la multitud guardó silencio absoluto, hincándose ante su diosa. Los felinos se levantaron acompañando a su majestad hasta donde el hombre yacía con el torso expuesto, esperando ser tocado por la deidad. En un último intento, el hombre pidió compasión, pero bastó una mirada fría y sin misericordia para dejarle en claro que ya no tenía esperanza.  

—¡Perdóname Coatlicue! ¡No era mi intención!

—¡No existe perdón para el hombre que quiera opacar mi pensamiento, burlar mi falda o dañar mi pecho! —dijo Coatlicue, quien tomó su daga de obsidiana y, de un tajo, abrió el pecho del hombre arrancándole el corazón para colgarlo en su collar como un adorno más.

 

® Estrella Gracia (H. Matamoros, Tamps. México)


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