Desde que Graciela puso los pies en Texas, venida desde Puerto Rico, se convenció de olvidar su pasado. Hacía diez años de eso, no obstante, verle la cara a un inmigrante latino todavía la incomodaba.
Cuando vio entrar a aquella mujer al salón de belleza, se le alteró el pulso y lastimó con las tijeras a la chica a la que le hacía la manicura.
La mujer se veía sucia, desgreñada. Caminaba perdida. Se sentó en uno de los asientos cercanos a la entrada y ahí se quedó, con los brazos cruzados y explorando a todo el que entraba y salía. Era una inmigrada; mexicana quizás, y acabada de traspasar.
Graciela se forzó a concentrarse en ablandar cutículas, blanquear y abrillantar uñas, poner prótesis de porcelana, quitar esmalte…
¿Y estas manos? Es ella.
Levantó la cabeza. La mujer la observaba paciente, respirando como sin querer.
-¿Qué… le hago exactamente? -preguntó Graciela.
-Los coyotes se robaron a mi hijo en la frontera. ¿Puedes quitarme el pellejo de mi niño de debajo de las uñas?
® Jonathan Sánchez (La Habana, Cuba)
Desgarrador final, en todos los sentidos :o
ResponderBorrar