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jueves, 22 de octubre de 2020

''El banquete'' (Basado en una historia real de Potosí) ® Miguel Ángel Siqueiros

 Los días transcurrían monótonos y tristes en casa de María Eugenia Rojas y Carlos Martínez, casados hace cuatro años. Ellos habían intentado, infructuosamente, concebir un bebé, sin embargo, todos sus esfuerzos resultaron vanos a pesar de haberse sometido a tratamientos médicos y ciertos rituales propios de la cosmovisión andina.

Carlos, médico psiquiatra, trabajaba en el ala de psiquiatría del Hospital Bracamonte de la ciudad de Potosí. A diario era testigo de escenas surrealistas. Cada uno de sus pacientes vivía en un mundo propio, invisible e intangible para el resto. Era muy difícil saber si muchos de ellos retornarían nuevamente a nuestra realidad.

Entre todos sus pacientes, una de ellas le causaba mucha ternura y pena a la vez, se trataba de una cholita, Elena, que apenas bordeaba los quince años, sus padres la habían traído desde Vitichi, primero habían recurrido a la iglesia de San Francisco pidiendo al cura sacara los demonios que su hija tenía en su interior pues ella afirmaba escuchar voces las cuales la obligaban a hacer cosas malas y lastimarse a sí misma. En cuanto el cura pudo conversar con la joven se dio cuenta de que ella necesitaba un tratamiento médico y no un exorcismo.

De inmediato se puso en contacto con el Dr. Martínez, viejo conocido suyo, y le solicitó se hiciera presente en la iglesia con una ambulancia para trasladar a un paciente. El doctor se sorprendió bastante con la solicitud, sin embargo, pudo percibir un tono de urgencia en la voz del sacerdote. Sin mayor demora, agilizó las gestiones para llevar a cabo su cometido.

Una vez que llegó a la iglesia, los padres de la joven lo esperaban en la puerta, les explicaron a grandes rasgos los problemas de su hija y de inmediato tuvo un encuentro a solas con ella y luego de un corto tiempo decidió que era necesario internarla en el hospital para someterla a un tratamiento psiquiátrico, puesto que la joven estaba obsesionada con la muerte y en múltiples ocasiones había intentado terminar con su vida y con la de sus padres.

Generalmente un tratamiento psiquiátrico, hasta el más sencillo, requiere medicación, por desgracia los medicamentos necesarios son bastante costosos. Los padres de la joven eran de condición humilde pues subsistían de la producción de sus terrenos, fue así que Carlos, apenado por las circunstancias, se hizo cargo de los gastos de Elena.

María Eugenia y Carlos eran una pareja, como pocas, que siempre conversaban acerca de sus actividades diarias y en muchas ocasiones habían decidido colaborar a personas de bajos recursos en el hospital, este era un don que ambos compartían pues creían que ellos a lo largo de su vida matrimonial recibieron mucho, quizás más de lo necesario, sin embargo, su felicidad no estaba completa mientras no tuvieran un bebé en sus brazos.

María Eugenia ocupaba su tiempo con las actividades diarias de casa, además de aprender y elaborar novedosas recetas para deleite de su esposo, quien era recibido a diario con una sorpresa.

Había transcurrido un poco más de un año desde la internación de Elena en el hospital, su forma de actuar y reaccionar tranquilas ante situaciones que hace tiempo atrás la habrían violentado, eran clara señal de una mejoría evidente; no obstante “no todo era miel sobre hojuelas”, sus padres no habían ido a visitarla ni llamaron una sola vez para averiguar acerca de la condición de su hija.

Elena pronto debería ser dada de alta, pero no podían abandonarla sin más en la calle a su suerte. Carlos, en toda su preocupación, viajó a Vitichi en dos ocasiones durante el año: la primera vez se encontró con los padres de Elena quienes se comprometieron a visitarla en un par de meses aproximadamente, argumentaban que no la habían visitado porque estaban muy ocupados debido a la proximidad de la temporada de cosecha. La segunda vez que Carlos viajó a buscarlos, nadie supo darle referencias de su paradero, parecía que la tierra se los había tragado. Regresó muy preocupado a Potosí pues en dos semanas más Elena sería dada de alta.

Al finalizar su jornada de trabajo se dirigió apesadumbrado a su domicilio. Su esposa pudo percibir de inmediato su aflicción, se sentó frente a él en su pequeño comedor y lo tomó de las manos.

--¿Qué sucedió Carlos, tuviste problemas en tu trabajo? – preguntó preocupada.

--¿Recuerdas a Elena? – dijo Carlos.

--Por supuesto, cómo podría olvidarme de ella si apenas la anterior semana estuve toda la tarde del sábado conversando con ella – de pronto se puso seria y empalideció.

--¿Qué le pasó? ¿Empeoró? ¿Escapó? –exclamó angustiada María Eugenia.

--No, nada de eso, al contrario, ella está muy bien, podría decir que está cien por ciento recuperada –señaló Carlos –pronto será dada de alta y sus familiares desaparecieron, nunca preguntaron por ella y, peor aún, fui ayer hasta Vitichi a buscarlos, y nadie sabe nada de ellos, es como si la tierra se los hubiera tragado. Si ella es dada de alta y nadie la busca, se quedará en la calle, eso sería muy contraproducente para su estabilidad emocional, estoy muy apenado.

--¡Qué pena Carlos! ¿Qué podemos hacer para ayudarla? Tú sabes que te apoyo en todo lo que decidas – exclamó su esposa abrazándolo para tranquilizarlo.

--Para ser sincero me gustaría traerla aquí a nuestra casa, así podría hacerte compañía, además te ayudaría con las tareas de la casa – dijo Carlos mirando fijamente a su esposa.

--Justo estaba pensando en eso, es como si hubieras leído mis pensamientos, tráela sin demora Carlos, tú sabes que quiero mucho a esa niña – dijo con lágrimas en los ojos María Eugenia – Además, quién sabe, quizás sea nuestro amuleto de la suerte para que, al fin, nuestra familia pueda crecer.

--Gracias– sollozó Carlos y abrazó fuertemente a su esposa.

El tiempo de internación de Elena había concluido. Ella se encontraba muy triste puesto que su familia no aparecía, algo en su interior le decía que no irían por ella, sin embargo, presentía algo bueno sucedería. Se sentó junto a la puerta de salida con sus pocas pertenencias sin saber si marcharse o esperar un poco más.

De pronto, apareció junto a ella el Dr. Carlos, quizás la única persona que realmente se había interesado en su recuperación. Se sentó a su lado en el último escalón de la puerta del pabellón y simplemente se quedó callado por un rato.

--No vendrán ¿Te diste cuenta? – dijo el doctor.

Elena simplemente asintió con la cabeza y continuó con la mirada fija en algún punto del horizonte. Ella podía percibir que sus padres no la querían y tampoco deseaban que esté cerca de ellos. Inesperadamente, sintió que el doctor la tomaba de la mano y sacándola de sus ensoñaciones, la miró por unos segundos y le dijo con ternura.

--Elena, tus padres se marcharon de Vitichi con rumbo desconocido. Tú sabes que mi esposa y yo sentimos mucho cariño por ti, nos gustaría invitarte a vivir a nuestra casa, ahí podría colaborarte cuando necesites de mi apoyo como médico, además serías la compañera que mi esposa tanto necesita, por favor, te pido lo intentes por mí, pero principalmente por ti, quiero que te des cuenta que no todos te hacen a un lado.

Elena se quedó sorprendida y sin palabras,  simplemente atinó a abrazar fuertemente a su médico y ahora protector. Y entre tiernos sollozos aceptó ir.

Los primeros días fueron bastante extraños para Elena, debía adaptarse a las costumbres de una familia nueva, y, a pesar de que los conocía, vivir con ellos era algo muy distinto. Desde un principio la trataron muy bien y tuvieron mucha paciencia para enseñarle muchas cosas desconocidas, además, la cuidaban mucho, como si se tratara de alguien de la familia.

A pesar de que todo parecía marchar bien en el hogar del matrimonio, podía percibirse una negra nube la cual oscurecía su provenir: la falta de un primogénito.

--No se preocupe señora María Eugenia, estoy segura pronto tendrá buenas noticias acerca de una wawa – dijo un día Elena.

--Sería muy hermoso que fuera cierto – dijo por toda respuesta la señora con lágrimas en los ojos.

Los últimos días, María Eugenia no se había sentido bien, se sentía indispuesta y débil, no podía tolerar nada de comida y apenas había bebido unos mates y un poco de agua, finalmente, ante la insistencia de su marido, fue al hospital para consultar con un colega suyo.

Se sometió a una serie de análisis y exámenes y, finalmente, al día siguiente, la pareja se reunió con el médico para conocer los resultados de las pruebas. A pesar de que Carlos aparentaba estar tranquilo y optimista, por dentro se sentía devastado ya que María Eugenia era lo más importante en su vida y cualquier indicio de una enfermedad lo preocupaba mucho. El médico los miró serio, taciturno, empero no pudo disimular más, apareciendo una amplia sonrisa en su rostro.

--¡Felicidades queridos amigos! sus sueños se hicieron realidad, dentro de algunos meses serán tres

Ambos se quedaron mudos y se congelaron en sus asientos, apenas atinaron a voltear la cara para mirarse entre sí, brotando lágrimas de alegría para fundirse en un único abrazo que duró una eternidad.

Los meses transcurrieron sin mayores novedades, María Eugenia estaba bajo los atentos cuidados de su esposo y, además, Elena no se separaba de su lado tomándola de la mano en cuanto se sentía un poco mal, la colaboró y apoyó de una manera única, reafirmando de esta manera la certeza de que el matrimonio había hecho bien al apoyarla y acogerla en su hogar.

Más pronto de lo que esperaban, llegó el día del nacimiento del primogénito, María Eugenia se dirigió al hospital en compañía de su esposo y Elena, la inseparable compañera de ambos.

El parto transcurrió sin complicaciones y, pronto, la flamante mamá regresó a su hogar en compañía de un hermoso bebé, un regalo tan ansiado y esquivo por mucho tiempo, nada parecía importar ahora, nada ni nadie empañaría la felicidad de la feliz pareja.

Pronto la casa se llenó de una atmosfera de alegría, María Eugenia parecía haber rejuvenecido muchos años, su hijo fue el bálsamo para sanar esa vieja herida que parecía haberla invadido como un cáncer.

“Me dan ganas de comerte, mi bebé precioso…”

“Eres tan pequeño que me dan ganas de condimentarte y meterte al horno…”

Era común escuchar este tipo de frases en casa de María Eugenia pues una de sus principales aficiones era la cocina. Antes de quedar embarazada, ocupaba gran parte de su tiempo en aprender y preparar complicadas recetas que eran la delicia de su marido. Elena en el tiempo que había permanecido en casa del matrimonio aprendió mucho, e incluso ahora que María Eugenia se dedicaba casi por completo al cuidado de su bebé, aprovechaba de poner en práctica los intrincados trucos gastronómicos que sólo unas hábiles manos pueden ejecutar.

Elena, algunas veces aún solía escuchar las antiguas voces que la atormentaban, sin embargo, ya no les temía puesto que sabía que a su lado se encontraba la única persona que acallaba esas voces y, de ser necesario, podría hacerlo nuevamente. Esas voces, ahora, eran suaves murmullos, pero, a veces eran palabras y frases siniestras que la tentaban a realizar cosas malas.

María Eugenia se había avocado casi de manera íntegra a su hijo, descuidando todo lo demás, incluido su matrimonio. Un día, su esposo cansado de esta situación pidió a su esposa le dedique un poco de tiempo más, así que la invitó a salir al cine.

María Eugenia aceptó pues se dio cuenta que su marido también necesitaba algo más de atención de su parte. Luego de alistarse para salir y recomendar a Elena muchas veces, se dispusieron a partir.

El tiempo de duración de la película pareció una eternidad para María Eugenia, quien tenía la mente en la cuna de su bebé, mientras su cuerpo, se hallaba junto a su esposo, afortunadamente no percatándose éste de tal situación.

En cuanto llegaron a su hogar fueron recibidos por un aroma incomparable. María Eugenia se dio cuenta de que Elena había aprendido y progresado mucho en el tiempo que llevaba con ellos, pues había horneado algo realmente suculento. Apenas ingresaron en la cocina, notaron que la joven con una sonrisa en los labios lucía un tanto extraña, y acercándose a María Eugenia le dijo:

--Señora, he aprendido mucho de usted, espero le agradé lo que preparé, porque lo hice con todo mi esfuerzo. Muchas veces la escuché decir que le gustaría comerse a su bebé así que, aquí tiene, lo adobé con finas hierbas y quedó tierno y jugoso.

 

® Miguel Ángel Siqueiros (Bolivia)

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