En la banca de un asilo se encontraba sentado un viejecillo descansando y disfrutando del hermoso atardecer, en un momento apareció un niño de risos, como de unos cinco años. El anciano lo reconoció de inmediato ya antes lo había visto. El niño se sentó a un lado del hombre. Y le preguntó:
—¿Sientes ese ligero aroma a flor de azahar? —.
—Claro es el mismo que nos hacía estar tan relajados en aquellos día —.
El niño movió la cabeza afirmando lo que dijo el viejo.
—Cof, cof, sabes aún recuerdo como jugábamos, como yo le decía a mi madre que
me dejara salir al jardín para jugar contigo. Y ella siempre decía que vivía en
la fantasía y ahora que lo pienso aquella fantasía que yo tenía me ayudó a
superar muchas cosas que de no haber sido por ti no hubiera llegado a viejo —.
El hombre saco una cajita de pastillas de regaliz, siempre cargaba con ella por
si su amigo lo venia a visitar, lo pasó al niño y este muy gustoso lo metió una
en su boca. El abuelo volvió a contemplar aquellos recuerdos como quien saca
fotos de un baúl antiguo. En ellos miraba como el y su amigo pedrito corrían
por todo el patio mojándose con la manguera, después ese recuerdo salía volando
empujado por otro recuerdo en éste el hombre no tan hombre estaba llorando
sobre un ataúd luego su amigo le abraza para que ya no esté tan triste. Ese fue
el día en que su madre lo abandonaba dejándolo con su padre y con el que ya
consideraba su hermano, aquel Ángel que en todo momento estaba allí fuera un
día nublado o soleado, fuera en una fiesta o en una tarde aburrida de viernes.
Incluso en el recuerdo en donde el hombre ya muchos años atrás estaba en una
iglesia vestido de traje frente a su futura mujer, el niño se encontraba ahí,
en la primera fila de bancas sentado de gala. Después pasó el último recuerdo
que tenía de su amigo.
En donde se encontraba el hombre y su pequeño hijo en el patio de su nueva casa
y pedrito intentaba jugar con el otro querubín, pero este ni siquiera lo
miraba. Era como si fuera invisible; aunque hiciera señas le gritara en la
cara, nada pasaba, así que el hombre le dijo que tal vez era momento de que lo
abandonará ya que ahora no tendría tiempo para jugar con él, pues ahora ya
tenía que trabajar para mantener a su familia. El niño algo triste comprendió
que su amigo ya no lo necesitaba y camino al portoncillo de la casa perdiéndose
en el atardecer. Pensó un momento y después añadió el hombre:
—Esa fue la peor decisión que pude haber tomado, desearía no haberte corrido
ese día —.
—Descuida, yo comprendí que tenías que cuidar a tu familia y eso no es nada
malo —dijo.— en los jardines de la memoria, en el Palacio de los sueños, ahí es
donde tú y yo nos veremos siempre —.dijo el niño luego se despidió del anciano
con un abrazo largo y luego camino hacia un arbusto donde se desvaneció. El
abuelo también se levantó de la banca, muy lentamente caminó a su habitación.
Después de que la enfermera le diera su medicamento se recostó en su cama,
suave de algodón y quedó en profundo sueño.
Despertó en un en la puerta de un palacio, de mármol pulido y cuando abrió la
puerta había un gran espejo en una de las paredes, se dió cuenta que era más
pequeño y con muchos años menos. De la escalera bajo sonriente su gran amigo
con algunos caballos de madera. En ese momento sólo quería jugar y jamás
despertar.
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