Tan ávida como imposible,
una fogata a mitad del diluvio.
Así te miré desde mi ventana mientras llegabas,
ocultándome entre las cortinas
para que no me delataran los rayos de sol.
Llegaste a mi puerta
con tu bandera de glitter
y tus alas de musa.
Tu estirpe lejana y curvada,
como las curvas de un destino indomable.
Llegaste a mi reino
tentando a los querubines
a cambiar de flechas
y arrojar esperanzas.
Llegaste sin pedir explicaciones,
y así, en crisis, te recibimos.
Te vi despertando en mí;
mudando de piel,
de cabello
de ojos que miran otros ojos.
Te vi mudar de palabra,
de sexo,
de sueños,
de curvas más curvas.
Te vi ocultar tus ojos
cuando junté mis labios
con tus anhelos.
Y entre todos estos cambios,
queride míe,
te he sentido libre.
Te veo siendo flor
entre selvas de arena,
retoñando hasta hallar el oasis.
Te veo vogueando
sobre la cuerda floja
hacia un orilla lejana,
y me descubro
ante tu caída
libre;
tus alas abiertas,
extasiadas,
atrapándome
sin si quiera poder
volverme a la ventana
y preguntarme:
¿en verdad estás aquí?
Te he creado
en un mundo de siluetas rosas,
de figuras curvas,
con el mismo contoneo que revelas
cuando te acercas a los jueces.
Esperas tus dieces.
No.
Conmigo,
aquí,
tienes el grand prize.
Tu beso es aprendizaje,
tu piel es aprendizaje,
los golpes en tus rodillas
y en tu pasado es aprendizaje.
Tan ávida como imposible:
tu llegada a mi mundo,
a mis manos,
a mis tonos rosas.
A mis letras.
® A Édgar Gutiérrez
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